Al finalizar el segundo milenio percibimos que la llama de la razón encendida por el Iluminismo no es suficientemente claro como para señalarnos el camino del futuro. Tenemos dudas respecto a cuál será el resultado de continuar con un desarrollo y una economía construidas sobre las mismas bases de pensamiento que nos han conducido a una crisis ecológica y ambiental.
Por un principio de responsabilidad intergeneracional, que se está incluyendo en nuestra ética, no deseamos legar un patrimonio natural degradado a las generaciones que próximamente nos sucederán en la difícil tarea de seguir viviendo.
De las reuniones internacionales realizadas y los consensos alcanzados pareciera que la gran formula a emplear para la solución de este dilema estaría en lograr instrumentar un desarrollo y una economía sustentables; pero… ¿sería posible lograrlo manteniendo en nuestras mentes la estructura del pensamiento moderno si ha sido dicho pensamiento el que nos condujo al problema?
Es evidente que se plantea la necesidad de una filosofía que nos permita pensar, sentir y actuar en un todo de acuerdo con una naturaleza que, inexorablemente, condiciona nuestra vida. El pensamiento que de ella surja será un pensamiento ecológicamente sustentable y no habrá motivos para que descarte el respeto y amor hacia la naturaleza si es que deberá guiarnos hacia el futuro por una senda más segura que la actual.