Pocos relatos tan contundentes para conocer de primera fuente la Guerra del Pacífico del lado japonés, como el relato del Tameichi Hara, sobreviviente de 100 incursiones contra las fuerzas aliadas y protagonista directo de encarnizados combates navales en su condición de capitán de destructor.
Altamente preparado, agresivo en sus tácticas y consciente de sus errores (y los del alto mando), Hara fue considerado héroe su país, al punto que era conocido como el “capitán indestructible” o “capitán milagro”. Apasionados, pero reflexivos, sus relatos de las batallas en las islas Salomón, en el Mar de Java y Gualdacanal son una gran fuente de aprendizaje sobre los combates navales del pasado.
Nieto de samuraí y regido por el código de estos guerreros, el capitán Hara siempre mostró una lealtad incondicional con su emperador, pero al igual que muchos miembros de la Armada Imperial no fue ciego ante las fallas de cálculo estratégico que llevarían a la derrota de Japón en el mar, como subestimar la importancia del poder aéreo en la guerra naval, ocupar los destructores como naves de transporte (“El expreso de Tokio”), no concentrarse en atacar las frágiles líneas de suministros de los aliados y cederle el control de las operaciones anfibias al Ejército.
Mientras sus tripulaciones lo reverenciaban, con el alto mando sus relaciones fueron no pocas veces tensas, ya que fue crítico cuando tuvo que serlo, algo que choca directamente con esa idea del oficial japonés que está dispuesto a lanzarse al precipicio si se lo ordenan.
El relato sobre la “última incursión” del 7 de agosto de 1945, es sobrecogedor. Hara es enviado junto a los últimos buques capitales de la Armada Imperial Japonesa a intentar frenar la conquista de Okinawa en una misión sin retorno. Ahí le toca presenciar el hundimiento del acorazado “Yamato” y de su propio crucero, el “Yahagi”, en medio de un incontrarrestable ataque aéreo estadounidense. Aferrado a un pedazo de madera presenciando el fin de su marina, reconoce su asombro al escuchar a muchos náufragos como él cantando la “Canción del Guerrero”, cuando las normas de supervivencia recomiendan no gastar energía: “Si me hago a la mar, las aguas devolverán mi cuerpo. Si el deber me llama a la montaña, la verde pradera será mi compañera. Así, para el bien el Emperador, no moriré en paz en mi hogar”. Afortunadamente, el “capitán milagro” sobrevivió para contar esta historia.